Viajé a Turquía por primera vez en 2023, atraída por un deseo universitario de conocer Constantinopla. Esa maravillosa ciudad descrita en libros de viajeros y buscadores antiguos.
No imaginaba entonces todo lo que vendría después. Lo que encontré fue una tierra profunda, generosa y sorprendente, que me abrió sus puertas de forma cálida e inesperada.

Fui acogida por nuevas amistades que nacieron en redes y florecieron en el camino. Me sentí segura, libre, profundamente cuidada.
Y me enamoré.
De la música kurda en las noches del este.
De los templos ancestrales con mensajes encriptados en la piedra.
De los antiguos que tallaron belleza y misterio cuando aún no existían ni los cultivos.
De la cosmovisión, la ternura y la grandeza de quienes caminaron Anatolia antes que nosotros.

Descubrí un país con muchas capas: mediterráneo y místico, cotidiano y sagrado, antiguo y vibrante. Navegué por islas bañadas por imperios perdidos. Me sumergí en las aguas del Mediterráneo por primera vez. Crucé las montañas del Tauro nevadas, como quien cruza un umbral hacia otros mundos.

Y cuando pisé las tierras donde giraron Mevlana Rumi y Shams Tabrizi, y escuché los pasos en el giro sagrado de los derviches resonando en mis huesos, sentí que algo muy profundo se despertaba en mí, algo que aún sigo descifrando.

Por eso vuelvo y por eso te llevo.
Porque hay algo en Turquía que es infinito, que toca el alma, y quiero que también lo vivas.